TAROT - Erin Olate



















En un pequeño pueblo costero llamado Las Grutas vivía Verónica, una mujer de 38 años con dos hijas, Zara de diecisiete años y Catalina de ocho. Las Grutas era conocida por sus playas doradas y aguas cristalinas, que atraían a turistas todo el verano. Durante esa temporada, Verónica y sus hijas encontraron una peculiar forma de ganarse unos pesos extras, simulaban ser médiums y ofrecían lecturas de tarot a los turistas.
Verónica había aprendido a leer las cartas de su abuela, y aunque era consciente de que todo era una farsa, se sorprendía de la credulidad de las personas que buscaban respuestas en sus palabras ficticias.
Sus hijas aprendieron de su madre a leer las cartas, también la ayudaban cuando simulaba ser médium, pero no las veían los clientes, movían las cortinas, apagaban las velas y cosas así, para que los turistas se lo crearan un poco más, pero últimamente lo que más estaban usando era la lectura de tarot, porque a Zara le parecía un poco absurdo asustar a la gente.
Ellas sabían que era todo falso, pero según la explicación que les dio la madre estaba bien, ya que su padre estaba ausente desde muy chiquitas en sus vidas y era otra forma de tener ganancias para pagar sus estudios, porque con el trabajo de la madre. no era suficiente. 
Zara, sin embargo, comenzó a sentir algo diferente cuando miraba las cartas. No eran solo imágenes borrosas; a veces, parecían cobrar vida, las palabras y figuras se entrelazaban en su mente de una manera casi perturbadora.
Al principio, Zara pensó que era sólo producto de su imaginación o del estrés de la temporada alta e intentó ignorar las voces susurrantes y las figuras oscuras que veía; pero era imposible, porque las escuchaba en los momentos más inesperados, mientras caminaba por la playa, cuando intentaba concentrarse en sus estudios, incluso en medio de la noche, cuando todos en casa estaban dormidos.
Zara intentó hablar con su madre al respecto, pero Verónica simplemente dijo que era causa del cansancio y el estrés del trabajo de verano. Catalina, la hermana menor, estaba más preocupada por los castillos de arena que por las cuestiones de los adultos. Sin embargo, Zara sabía que algo no estaba bien.  
Un día, mientras hacía una lectura para una familia de turistas, Zara vio algo que la dejó sin aliento. Las cartas, que normalmente mostraban imágenes vagas y genéricas, ahora parecían reflejar escenas detalladas de la vida de la mujer frente a ella. Zara no pudo contener su ira ante la intensidad de las sombras que veía en las cartas y con el corazón latiendo con fuerza, gritó y lanzó las cartas al suelo, haciendo que los turistas se retiraran apresuradamente y murmuraran entre ellos sobre la "joven violenta" que los había asustado.
Esa misma tarde, sin entender mucho lo que había pasado, tratado de seguir su día. Fueron a comprar con su hermana algo para merendar y la llevó un rato a la plaza, ella se sentó en un banco mientras Cata jugaba. A Zara le seguían invadiendo los susurros. Trató de no distraerse, porque estaba viendo a Cata desde el otro lado de la plaza, pero los susurros cada vez eran más fuertes. Ya parecían gritos. Un fuerte dolor de cabeza la invadió, entre el dolor, levantó la mirada y vio figuras cada vez más grandes alrededor de Cata, parecía que le quería hacer daño. Medio mareada, Zara se levantó del banco y corrió muy rápido hacia el otro lado donde estaba Cata. La caída bruscamente de la hamaca, la miró con atención, viendo las sombras que subían por la cabeza de Cata. Ella desesperada intentaba espantarlas con las manos, como si fueran moscas. Todas las sombras desaparecieron de arrepentimiento cuando escuchó un grito de otra nena diciendo “la golpea, la golpea”. Entonces giró para ver hacia atrás y la estaban viendo todos los de la plaza. Rápidamente se acercó a una vecina que conocía y alejó a Cata de Zara. Zara llorando desesperada pidiendo perdón, porque no entendía qué había pasado. Llegó su madre a la plaza y se las llevó a las dos, muy molesta con Zara. 
Al llegar a la casa, ya de noche, lo primero que hizo Zara fue encerrarse en su habitación, sintiéndose culpable. Se sentó en su cama en silencio, mientras las voces regresaban. Una figura oscura se materializó frente a ella. Susurros de nombres y eventos que nunca había escuchado llenaron su cabeza. Sintiéndose atrapada entre la realidad y la ilusión, Zara se preguntó si estaba perdiendo la razón. En ese momento Verónica interrumpió al entrar a la habitación, enfrentando a Zara con preocupación y desconcierto. No entendía qué estaba pasando con su hija mayor, y la violencia inesperada la llenaba de temor y confusión. Zara, por su parte, sólo podía balbucear sobre las sombras y las voces que la atormentaban constantemente. 
En las últimas semanas, las calificaciones de Zara estaban bajando, la comunicación con su familia también y hablaba con una voz más apagada, no trasmitía nada, no se podía organizar en sus actividades diarias y Verónica se estaba dando cuenta de eso. 
Desesperada por entender lo que estaba pasando, Verónica buscó ayuda médica para Zara. Durante las consultas, Zara se resistió al principio, creyendo firmemente que las sombras y las voces eran reales, pero poco a poco comenzó a darse cuenta de que algo dentro de ella no estaba bien. Los médicos finalmente la diagnosticaron con esquizofrenia, una revelación que llenó a Verónica de tristeza y a Zara de un alivio mezclado con miedo.
Sin embargo, su reputación en Las Grutas ya estaba manchada. La comunidad la veía ahora como una joven problemática y peligrosa, y la familia enfrentaba el desafío adicional de lidiar con el estigma social.  


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