HECHIZOS MODERNOS - LUZ SÁNCHEZ


Hace mucho tiempo, en un pequeño pueblo, vivía una bruja que disfrutaba sembrar el caos entre los habitantes con sus hechizos y pociones. Astuta y veloz, nunca nadie lograba atraparla. Su vestido negro se camuflaba con las sombras en la oscuridad de la noche y el “tac tac” de sus botas era el único ruido que anunciaba su presencia. Ni hablar del puntiagudo sombrero que se mezclaba con su largo pelo y su nariz respingada, que apenas se podía ver.

Un día, ya cansados ​​de sus malicias, los pueblerinos se armaron con horquillas y antorchas y se adentraron en el gran bosque que envolvía al pueblo en busca de la bruja. Era sabido que vivía allí.

Al llegar al corazón del bosque, encontraron una morada de roble oscuro rodeada de flores coloridas, y por una de las ventanas reconocieron su familiar figura moviéndose. Sin pensarlo dos veces, se acercaron a la cabaña y comenzaron a incendiarla.

Cuando la bruja escuchó el bullicio fuera de su hogar y el olor del humo se hizo cada vez más prominente, empezó a desesperarse. Rápidamente, tomó varias pociones en sus brazos y sin fijarse en las etiquetas comenzó a beberlas una por una, mientras maldecía a los pueblerinos. Sus ojos se volvieron demasiado pesados ​​para mantenerse abiertos y cayeron al suelo en un profundo sueño.

Las llamas furiosas consumieron la cabaña, dejando sólo unos escombros que escondían la figura de la bruja.

Nadie se preocupó por encontrar su cuerpo, pues se trataba de una bruja más. La dieron por muerta y con el tiempo fue olvidada por toda la comunidad.

Lo que no sabían es que varios milenios después, ella volvería para vengarse.

Despertó. Sacudió su vestido lleno de barro y con mucho esfuerzo se levantó de la fría y empantanada tierra. Vió a su alrededor y descubrió que de su cabaña no quedaba nada. Recordó lo que había sucedido antes de caer al suelo y entonces, la promesa de venganza volvió a su mente como un rayo.

Furiosa, dirigió la mirada hacia el pueblo, pero todo había cambiado: ahora había casas grandes y modernas, y altos edificios se erguían por doquier.

Asombrada pero decidida, agarró un palo del suelo y lo convirtió en una escoba que usábamos para volar sobre los antiguos caminos que conocía, pero que ahora estaban pavimentados y llenos de vehículos extraños. 

Desde el aire, unas luces llamaron su atención: era una pareja, estaban juntos pero lejanos, no hablaban, sostenían unos aparatos en las manos. “¡Arruinaré su relación!”, pensó la bruja y con su varita en mano, les lanzó un hechizo. Nada pasó. “¿Ya estás arruinada? ¿O todavía estoy dormida?”. Se sentía desconcertada, nunca había fallado un hechizo.

Corrió hacia un lago cercano e intentó envenenar el agua, pero ya estaba contaminada. Probó de igual manera con el aire, pero el resultado fue el mismo. La bruja se sintió frustrada. ¿Su magia ya no funcionaba?

Desconcertada por la impotencia de sus poderes, se sentó a la orilla del lago, reflexionando sobre la extraña realidad en la que había despertado. Miraba las luces de la ciudad reflejadas en el agua contaminada y, por primera vez, sintió algo más que furia: una profunda tristeza. El mundo había cambiado y sus viejos trucos ya no tenían el mismo impacto.

La venganza había sido su propósito inicial, pero este nuevo sentimiento lo cambiaba todo. La bruja tomó su escoba y se elevó en el aire hasta perderse en la bruma. Algunos afirman haberla visto vagando por ciudades desconocidas, buscando un nuevo propósito, mientras otros dicen que ha desaparecido en los rincones más oscuros del mundo.

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